Sed de la mala

La vida espiritual interior es también parte de la cotidianidad de la gente novohispana, incluida la presencia, muy real, de lo divino y lo infernal. En enero de 1706, en su convento de la Soledad en Oaxaca, sor María de San José vivió uno de sus muchos encuentros con el demonio.

Autor desconocido, Retrato de sor María de San José, ca 1720 Museo de Santa Mónica, Puebla

Guillermo Kahlo, Santuario de Nuestra Señora de la Soledad en Oaxaca, ca 1907, INAH

Francisco Martínez, Santa Rosa de Lima atacada por un demonio, Museo Universitario de la BUAP

Sed de la mala

Diario de sor María de San José, 3 de enero de 1706

El primer domingo de enero de 1706, sor María de San José, en el convento de la Soledad de Oaxaca, se enfrentó al demonio. No fue, ni de cerca, su primera vez, ni sería la última. En esta ocasión, “el enemigo” se manifestó en el coro de la iglesia y al acecho de una las jóvenes religiosas que estaban a su cargo. “La novicia de quien estoy hablando, que entró en el coro, lo primero que hizo fue sentarse. Habiendo pasado un breve rato, se levantó y me dijo: ‘bendíceme para ir a beber agua’, y le digo que mejor se esté en oración, que con esto se quita la fatiga de la sed.” Esa primera tentación fue apenas una señal de lo que estaba por venir.

Ante la negativa de la maestra de novicias, la joven se mostró molesta, “volvió a su lugar y no solo se sentó sino que se dejó caer”. Temiendo lo que esto podría significar, sor María comenzó a rezar con mayor devoción. Entonces, a un lado de la novicia, “se apareció una figura espantosa y ridícula: la cabeza y boca era como de perro o lobo negro, tenía muchos pies y manos”. Y comenzó su ataque contra ella. Sor María de San José cuenta que tras un par de embestidas, este demonio se le metió al hábito a la novicia, “haciendo sus poderíos para entrarse más adentro y encajar más y mejor los dientes”. “Le veía la cabeza casi dentro y cubierta con el hábito de la novicia dando tirones y haciendo fuerzas como que se le quería entrar hasta el corazón y hacerlo pedazos.”

La bestia, después de un rato, desapareció. Dice sor María que nunca logró entender lo que sucedió e incluso decidió hablar con la novicia, sin comentarle nada sobre su visión, pero ella le dio otra versión donde solo le confesó ser presa de muchas tentaciones. En las siguientes páginas de su diario, sor María especula sobre esta aparición, sobre la joven y sobre su papel como maestra de novicias. Relata que, incluso, desde que esta novicia se unió a las agustinas recoletas de la Soledad, comenzaron a escucharse ruidos y gritos espantosos por la noche, entre otros eventos que hoy diríamos “paranormales”.

Los escritos de sor María de San José forman parte de su muy extenso diario confesional y deben leerse en el contexto de la literatura hagiográfica de la época. Es decir, no se trata solamente de su singular experiencia, sino de todo un género promovido por la Iglesia de ese tiempo. Los diarios eran frecuentemente encargados y revisados por los confesores y directores espirituales de las monjas, especialmente de aquellas que mostraban una virtud para la escritura y mayor inclinación por la vida religiosa. Con ellos, además de monitorear que su misticismo no se desviara hacia caminos heréticos, los sacerdotes podrían después producir sermones y biografías de estas religiosas como vidas ejemplares. En el caso de sor María, por ejemplo, su diario sirvió para la vida que de ella escribió el fraile dominico Sebastián de Santander y Torres.

Las religiosas debían simultáneamente seguir una serie de modelos y experiencias fijas de virtud, así como volverse ejemplos de ella. Santa Teresa de Ávila, por ejemplo, sería uno de los modelos más socorridos. Así, los diarios espirituales seguían una serie de tropos comunes: incontables momentos de tentación y conversión, así como el acceso a la divinidad a través de visiones conseguidas por la devoción y el ascetismo. Tras la muerte de las religiosas, los casos exitosos eran inmediatamente promovidos para su reconocimiento no solo como venerables, beatas o incluso santas, sino también de las corporaciones (orden religiosa, ciudad, provincia u obispado) a las que pertenecía la monja, como apunta la historiadora Adriana Alonso Rivera en su estudio sobre este caso.

Sor María de San José era de Tepeaca, nacida en 1656. Se incorporó al colegio de Santa Mónica en la ciudad de Puebla, mismo que, por las gestiones del notable obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, se convirtió en el primer convento de agustinas recoletas en América. Según las historiadoras Kathleen A Myers y Amanda Powell, la escritura del diario de sor María comenzó a petición del propio obispo Santa Cruz, preocupado porque la religiosa mostraba, desde su infancia, una tendencia notable a visiones perturbadoras. Al no encontrarse herejía en la vida cotidiana de sor María, fue tomada como una religiosa potencialmente ejemplar; tanto, que fue de las seleccionadas para fundar un segundo convento de las recoletas en la ciudad de Oaxaca, anexo al santuario de la virgen de la Soledad, donde siguió con su diario y su constante revisión por parte de confesores.

La experiencia de sor María de San José ese día de enero de 1706 no busca denunciar a una endemoniada. Nunca revela, por ejemplo, el nombre de la novicia poseída e incluso enfatiza que no hay nada particularmente malo en ella, sino que es solo la intervención del “enemigo”. No se trata de ella, sino de la propia responsabilidad que tiene sor María de San José en tanto maestra de novicias. Cuando la bestia arremetía contra la joven, relata sor María que: “yo estaba a sus espaldas, hincada, echa un mar de lágrimas, suplicando al Señor que la mirase con los ojos de misericordia y no la permitiese caer en ninguna cosa que fuese la mínima ofensa ni desagrado a su divina Majestad; y que pues me manifestaba la guerra tan sangrienta que el infernal enemigo tenía con esta pobre novicia, me diese luz para obrar en este caso lo que fuere de su mayor agrado y servicio y la salvación de esta alma, pues me la ha puesto a mi cargo. En esta súplica perseveré y persevero con mucha eficacia a su Majestad, mas no ha llegado la hora ni ha querido el Señor darme luz para entender cosa ninguna en esta materia.”

Además de su responsabilidad, este “no entender” debe conducir también hacia la propia enseñanza espiritual que ha de mostrar a su confesor. En este episodio en particular, se trata de la importancia de la oración. Después de hablar con la novicia y que ella le dijera de sus tentaciones, sor María da un diagnóstico: “yo la animé y alenté cuanto pude y mi corto espíritu alcanza, aunque tengo conocido que está muy atrasada tanto en la oración como en las virtudes. Que de la oración bien tenida es donde se aprende el ejercicio de las virtudes: faltando la oración falta todo.”

La vida espiritual interior es también parte de la cotidianidad de la gente novohispana, incluida la presencia, muy real, de lo divino y lo infernal. La experiencia de sor María de San José abre una ventana a algunas de las preocupaciones y ansiedades de esos universos semi cerrados y apartados “del siglo” que fueron los conventos de monjas. Pero también nos muestra cómo, en una sociedad fundamentalmente religiosa, el demonio podría presentarse un día cualquiera.