Japoneses en la ciudad de México
A principios del siglo XVII, Japón intentó establecer lazos comerciales con la Nueva España y la Corona antes de cerrarse al mundo. Una primera delegación visitó la ciudad de México en 1610 y luego, en 1613, una embajada pasó por territorio novohispano con rumbo a Europa.
Japoneses en la ciudad de México
Diario de Chimalpahin, 16 de diciembre de 1610
El jueves 16 de diciembre de 1610, a las seis de la tarde, entraron a la ciudad de México 19 japoneses acompañados de “un señor noble [enviado como] embajador por el emperador del Japón”. En su diario, Chimalpahin dice que vinieron “[con la encomienda] de hacer la paz con los cristianos, para no hacerse la guerra, sino siempre estimarse” y, sobre todo, “para que los mercaderes españoles pudieran entrar en el Japón sin que se lo impidiera la gente de allá”. Se trató de la primera incursión de japoneses, al menos de manera oficial, en la Nueva España. A raíz de esta primera visita, cuyo destino final fue México, tres años después vino otra embajada, esta vez con toda la formalidad, y que siguió su camino hacia Madrid y Roma.
Desde su periférica ermita en San Antonio Abad, al sur de la ciudad de México, Chimalpahin registró con un particular interés ambas visitas en las páginas de lo que conocemos como su diario. No es de sorprender la inquisitiva mirada y la curiosidad sobre estas personas provenientes de un país todavía envuelto en un gran exotismo y misterio para europeos y americanos. Tan solo unos 13 años antes de la primera visita, Felipe de las Casas, un joven nacido en la ciudad de México, fue martirizado en Nagasaki junto con otros 25 franciscanos y jesuitas. Eran aún los tiempos de Toyotomi Hideyoshi, un daimyo que había unificado la isla e impulsado una campaña nacionalista contra la evangelización que hacían portugueses y españoles desde hacía décadas.
Para 1610, las cosas eran menos hostiles. Hideyoshi había muerto. Su sucesor, Tokugawa Ieyasu, nombrado shogún por el emperador, tenía, sin embargo, pretensiones expansionistas y de entrar en tratos comerciales con los holandeses, portugueses y españoles. Son éstas las circunstancias en las que ocurrió esta primera visita japonesa a la ciudad de México. Un ex gobernante de las Filipinas, Rodrigo de Vivero, había naufragado en las costas de Japón y, tras haber entrado en contacto con Ieyasu, fue enviado por él a México junto con otros 19 japoneses para aprender ideas, costumbres y, sobre todo, prácticas de minería. El objetivo era volver a Japón con una delegación de técnicos novohispanos y, más adelante, formalizar una embajada que estableciera pactos con el rey Felipe III y el Papa en Roma.
Esta primera delegación estuvo apenas unos tres meses en la ciudad de México. Para marzo de 1611 volvieron a casa, pero, según nos cuenta Chimalpahin, tres de ellos se quedaron. Es notable que uno de los que regresó ya “vestido como español”, había sido bautizado cristiano como don Alonso. En la traducción del náhuatl que ofrece Rafael Tena, el cronista chalca dice que don Alonso se marchó “dejando aquí la indumentaria que había traído. Sólo él había cambado [su atuendo] en México, tras dos meses de estar aquí”.
Es precisamente la vestimenta, aspecto y arreglo personal lo que parece llamar más la atención de Chimalpahin. Nos habla de que “todos ellos venían vestidos como allá se visten [,es decir]: con una especie de chaleco [largo] y un ceñidor en la cintura, donde traían su katana de acero que es como una espada, y con una mantilla; las sandalias que calzaban eran de un cuero finamente curtido que se llama gamuza, y eran como guantes de los pies.” Es interesante que, en su texto en náhuatl, Chimalpahin utiliza la palabra “gadana” y que Rafael Tena traduce por “katana”.
“Así eran en su cuerpo todos los japoneses,[…] no eran muy altos.“ Quizá lo más notable de su descripción es lo que percibe Chimalpahin como rasgos femeninos: “no traían barbas, y sus rostros eran como de mujer, porque estaban lisos y descoloridos“. Al hablar de su cabeza dice: “traían la frente reluciente, porque se la rasuraban hasta la mitad de la cabeza; su cabellera comenzaba en las sienes e iba rodeando hasta la nuca, traían los cabellos largos, pues se los dejaban crecer hasta el hombro cortando solo las puntas, y parecían [un poco como] doncellas porque se cubrían la cabeza”. Destaca, además, que sus peinados asemejaban una corona: “y los cabellos no muy largos de la nuca se los recogían [atrás] en una pequeña trenza; y como la rasura les llegaba hasta la mitad de la cabeza, parecía como si llevaran corona, pues sus largos cabellos rodeaban desde las sienes hasta la nuca“.
Dentro de la delegación vino un “religioso descalzo, a quien habían traído de Japón como intérprete”. Antes de entrar a la ciudad de México, el grupo de japoneses fue recibido en Chapultepec por un coche que envió el virrey Luis de Velasco con un oidor de la Real Audiencia a bordo. A él se subieron el noble japonés y el intérprete, junto con el oídor. Así, en esa sociedad de símbolos y aparatos de representación, la delegación nipona entró al corazón de la Nueva España como un acto oficial. Fue hasta el día siguiente que los japoneses sostuvieron una audiencia con el virrey y, según nos cuenta Chimalpahin, la delegación fue hospedada en el convento de San Agustín.
Además de don Alonso, otros dos miembros de la delegación fueron bautizados con los nombres de Lorenzo y Francisco, respectivamente. Chimalpahin dice que sus bautizos fueron en enero y hechos “muy solemnemente”. Nos da cuenta, además, de sus padrinos españoles o criollos. Los que se quedaron, lo hicieron por casi cuatro años: “se quedaron negociando y comerciando para vender las mercancías que habían traído de Japón “.
Mucho se ha escrito sobre estas dos visitas. Sobre todo porque poco tiempo después, Japón se cerró al mundo por los siguientes 200 años. Un panorama general e introductorio lo ofrece aquí Miguel León Portilla quien además presenta su propia traducción de estos pasajes del diario de Chimalpahin, distinta a la empleada en este texto. Vale la pena mirar también lo que dice él y otras fuentes, sobre la segunda y más importante embajada, la de 1613-1614. Ésta trajo a más de 150 japoneses, vino encabezada por el noble Hasekura Tsunenaga y llegó hasta Roma. Para efectos de este artículo, sin embargo, conviene quedarnos con esa primera impresión que nos brinda Chimalpahin, pues es la mirada curiosa de un intelectual que, al margen de los grandes tomadores de decisión y exploradores, se conecta con los ires y venires de esta primera historia global en la que su urbe, la ciudad de México, se había convertido en un nodo cosmopolita.