Procesiones secretas en Semana Santa
La Semana Santa era siempre el escenario de numerosas procesiones religiosas, pero detrás de ellas se ventilaban también tensiones políticas, disputas territoriales y rivalidades entre comunidades. Estos eventos permitían expresar identidades, consolidar autonomías barriales o gestionar conflictos a través las cofradías y las imágenes que se llevaban a procesión.
Procesiones secretas en Semana Santa
Diario de Chimalpahin, 5 de abril de 1613
“El viernes santo, a la una de la mañana, todavía a oscuras, salieron por primera vez en procesión con el [santo] entierro de Dios nuestro señor los vecinos de Santa Cruz Contzinco”, cuenta Chimalpahin en su diario para la semana santa de 1613. Además de su hora tan desmañanada, lo peculiar de esta celebración es que fue relativamente secreta: “hicieron su procesión estando todavía oscuro, para no ser muy vistos y como a escondidas”. Su preocupación era encontrarse con otra procesión de esa misma devoción y con la que supuestamente debían haber marchado juntos. “A las 4 [de la mañana], los vecinos de Santa Cruz Conztinco ya habían concluido su procesión, ya estaban de nuevo en su casa, para no encontrarse por el camino con la procesión del santo entierro de Dios nuestro señor que habría de salir de San Pablo a las 5 de la mañana.”
Chimalpahin narra que el problema fue que Hernando Teucxochitzin, que había sido alcalde de San Pablo, una de las cuatro grandes parcialidades indígenas que rodeaba la ciudad de México y a la que pertenecía el barrio de Santa Cruz Contzinco, buscó impedírselos e incluso “presentó querella ante el provisor doctor don Juan de Salamanca, a fin de que no salieran aparte”. Es decir, Teucxochitzin involucró en su contra al juez que presidía el tribunal general del arzobispado o provisorato, y quien en ese tiempo estaría cumpliendo el gobierno provisional de la arquidiócesis, pues había muerto el arzobispo fray García Guerra y aún no arribaba el nuevo prelado. En cualquier caso, los contzincas realizaron su procesión, pues Chimalpahin dice que contaban con la licencia del deán de la Catedral -tal vez de una facción rival a la de Salamanca-, pero en secreto, “a fin de tomar posesión de ese derecho con la dicha procesión y para que no les impusieran penas, pues la querella de Hernando de San Martín Teucxochitzin aún se hallaba en curso ante el provisor”.
Desafortunadamente, el diario no brinda las razones de Teucxochitzin. Sin embargo, las investigaciones como las de James Lockhart y Rossend Rovira permiten aventurar algunas suposiciones. El barrio indígena de Santa Cruz Contzinco (o Cuahcontzinco) era uno de los más periféricos de la ciudad de México de ese entonces. Se encontraba en el extremo oriente, a orillas del lago de Texcoco, en lo que hoy es el rumbo de Candelaria de los Patos. Y caía bajo la jurisdicción de la doctrina de San Pablo, cuya cabecera se encontraba al sur, donde hoy está el Hospital Juárez, cerca de la estación de metro Pino Suárez. Es probable no solo que los contzincas sintieran una gran distancia de la cabecera y, a través de sus propios linajes familiares, defendieran su propia identidad barrial, sino también que esto ocurrió en un tiempo en el que la administración religiosa y política de las parcialidades indígenas de la ciudad de México se encontraba en conflicto no solo entre el arzobispado y las órdenes religiosas, sino también por los cuerpos civiles indígenas. Los reacomodos y disputas territoriales entre todas las partes por el gobierno espiritual y civil eran constantes.
En este contexto, la presencia y despliegue de las procesiones, en cualquier momento del año, pero sobre todo en semana santa, era una de las formas principales de fomentar la unión, el prestigio e independencia de los diferentes tipos de corporaciones, comunidades e identidades de todos los sectores que integraban a la población novohispana. Sobre este caso en particular, Lockhart especula que los contzincas buscarían una identidad más definida y, sobre todo, este caso ilustra la lucha de algunas comunidades por lograr “una mayor autonomía en todos los aspectos y, como era usual, la comunidad dentro de la cual cabía, se oponía”. De acuerdo con Chimalpahin, en este caso tendrían éxito: “no obstante que el dicho Hernando Teucxochitzin había movido pleito a los contzincas, estos después obtuvieron licencia de hacer siempre su procesión aparte.”
Así, podemos imaginar una semana santa cualquiera de ese tiempo como un incesante mar de procesiones, donde se manifiesta no solo la devoción religiosa que integra al conjunto de la sociedad, sino también sus disputas internas, sus competencias, su diversidad y sus jerarquías. Para esa misma semana santa, Chimalpahin nombra numerosas procesiones que se celebraron en la ciudad que involucraron al ámbito indígena y probablemente sin ser exhaustivo. Describe sus orígenes: cofradías de diferentes barrios de otras parcialidades como la de Santa María Cuepopan, la de Santiago Tlatelolco o de San Juan Moyotlán, así como los santos que abanderaron.
Da cuenta también de otros conflictos similares, como uno ocurrido en el martes santo, en el que la mayoría de los mexicas del barrio de Tequicaltitlan, en la parcialidad de Moyotlán, no participaron de una procesión de una cofradía de San Juan Bautista de españoles, pues los mexicas querían llevar sus propias imágenes de San Juan. El capellán de la doctrina de San José, cabecera de la parcialidad de Moyotlán, se los impidió porque, reporta Chimalpahin: “no conviene que la ciudad se divida, pues debe participar unida en la procesión del jueves santo”, esa sí, con las imágenes de los vecinos del barrio de Tequicaltitlan. Otro conflicto entre indios y españoles se dio ese mismo día, pero en Tlatelolco. Los primeros querían sacar las dos imágenes que simbolizaban su cofradía: el Niño Perdido y la Virgen del Rosario; pero los españoles les impidieron sacar en procesión a la del Rosario, pues la principal cofradía de esta imagen, cuyo asiento era en el convento de Santo Domingo, no quería que los tlatelolcas gozaran, además, de una imagen que sentían propia.
La virgen del Rosario de Santo Domingo logró salir en procesión el mismo viernes santo que la procesión secreta de los contzincas, solo que más tarde. Y, de acuerdo al diario de Chimalpahin, lo hizo con una novedad importante: “por primera vez pusieron para que fueran al frente en la procesión a los naturales mixtecos, que eran congregantes, los cuales tomaron posesión de la capilla que [antes] era de los negros, a quienes se quitó la cofradía que allá tenían”. El año anterior, en la misma semana santa de 1612, Chimalpahin mismo relata que hubo una conjura de esclavos que habían planeado apoderarse de la ciudad y masacrar a los españoles. Entonces, los cabecillas fueron capturados y ejecutados. Además, la Audiencia dio órdenes para prohibir reuniones grandes de esclavos, públicas y privadas. Esto explica que les fuera también retirada la cofradía y que, como dice Chimalpahin: “esta capilla fue dada en posesión a los dichos mixtecos para que allá pusieran la cofradía de Nuestra Señora del Rosario; y estos llevaron la procesión una [imagen] pequeña [de] Nuestra Señora del Rosario que pertenecía a los naturales”.
Esta ventana a una semana santa de 1613 que nos ofrece Chimalpahin, con procesiones secretas, cambios en la titularidad de las cofradías y competencia por el uso de las imágenes, muestran que este festejo era mucho más que oración y devoción. O, mejor dicho, la oración y la devoción podían ser una forma viva de organizar, cobijar o gestionar los conflictos y hasta expresiones de subversión del orden social.