La feria de Acapulco y el galeón de Manila
La llegada del galeón de Manila transformaba un pequeño pueblo de pescadores en un vibrante centro comercial, con especulación de precios, juegos, contrabando y productos exóticos. Tras unas pocas y agitadas semanas, la feria terminaba y el puerto de Acapulco volvía a su solitaria rutina de calor y mosquitos.
La feria de Acapulco y el galeón de Manila
Diario de Giovanni Francesco Gemelli Carreri, febrero de 1697
El 18 de febrero de 1697, el viajero italiano Giovanni Francesco Gemelli Carreri, partió de Acapulco con destino a la ciudad de México. Le tomaría once días más entrar al valle de México para descansar en San Agustín de las Cuevas, hoy conocido como Tlalpan. Llevaba entonces casi un mes en el puerto, donde había desembarcado proveniente de Filipinas con la llamada nao de China, iniciando así el trayecto final de una larga travesía de vuelta al mundo que había comenzado cuatro años atrás. Su diario de viaje, publicado a partir de 1699, se convirtió de inmediato en un best seller que, entre otras muchas cosas, nos permite echar un vistazo tanto a las ferias comerciales como a las condiciones de vida de Acapulco a finales del siglo XVII.
“Me parece que debería dársele el nombre de humilde aldea de pescadores, mejor que el engañoso de primer mercado del mar del Sur y escala de la China”, comienza diciendo el calabrés sobre un Acapulco que no fue nada de su agrado. “Sus casas son bajas y viles y hechas de madera, barro y paja.” El calor, los mosquitos y las enfermedades tropicales, son los protagonistas de sus días en el puerto. Explica, sin embargo, la razón de su importancia marítima y que es posible reconocer incluso para cualquier visitante contemporáneo de esa ciudad: “no hay en ella de bueno más que la seguridad natural del puerto, que siendo a manera de caracol… quedan las naves encerradas como en un patio cercado de altísimos monte”.
La vida en el Acapulco de finales del siglo XVII era dura y costosa. Gemelli explica que los víveres que consumían los porteños provenían de otros sitios debido a “la destemplanza del clima” y el “terreno tan fragoso”. Sin embargo, cada vez que arribaba a puerto el famoso conjunto de naves del galeón de Manila, también conocida como la nao de China, llenas de mercancías asiáticas, Acapulco se veía convertida “de rústica aldea en una bien poblada ciudad, y las cabañas, habitadas antes por mulatos, ocupadas todas por bizarros españoles”. El puerto se volvía también un hervidero de comerciantes mexicanos y peruanos “con muchas cantidades de dinero y con mercancías de Europa y del país”. Esta introducción súbita de dinero y la escasez de productos locales ocasionaba un fenómeno inflacionario: “nadie puede vivir allí sin gastar en una regular comida menos de un peso cada día”. Al valor del precio actual de la plata, esto no serían menos de 500 pesos.
A través de las páginas del viajero italiano, resulta fascinante imaginar el dinamismo y velocidad de estas ferias. Desde finales de enero fueron concurriendo día tras día no solo más y más comerciantes, sino también frailes de órdenes hospitalarias, como los betlemitas, aprovechando la enorme liquidez de las transacciones para conseguir limosnas para sus hospitales y obras. Gemelli incluso nos habla de la presencia de contrabandistas provenientes de Perú que también participaban de la feria, llevando sus naves hacia la pequeña y vecina bahía del Marqués “para vender las mercancías prohibidas que les impiden entrar en Acapulco”. El comercio entre las colonias había sido proscrito 60 años atrás.
También ocurría la venta de esclavos entre particulares. Un contramaestre del almirante del galeón quiso comprarle al italiano un hombre por un precio que, acordaron finalmente, sería de 400 pesos. El viajero describe cómo el contramaestre manipulaba el cuerpo del hombre sobre el que reclamó su propiedad: “comenzó a oprimirle los labios, los carrillos y las piernas para ver si estaba hinchado”.
La feria servía también de oportunidad para probar productos exóticos como, por ejemplo, un español de la armada que ofreció a Gemelli, “en vez de chocolate, la hierba del Paraguay –es decir, el mate-… que se vende en todo el Perú, en donde es más usada que en España el chocolate”. Los comerciantes y funcionarios que arribaban al puerto, además, aprovechaban para cazar ciervos, conejos y papagayos en los alrededores. La ciudad no ofrecía espacios recreativos, salvo apenas “una pequeña fuente situada al pie del monte”, donde “el agua es muy buena, pero sale en poca cantidad”.
No están ausentes bajo la mirada de Gemelli las disputas entre comerciantes o entre los marineros por las jerarquías e insignias de sus navíos, tampoco la presencia de funcionarios reales intentando cobrar sus impuestos, así como la especulación de precios. Quién sabe si como un cumplido para sus anfitriones o como mera anécdota, el italiano cuenta que los peruanos eran más dados a embaucar o forzar negocios a base de palabras, provocándole al viajero un dolor de cabeza, a diferencia de los novohispanos que “tratan los asuntos generosamente y con la debida cortesía”. Durante la feria hay, por supuesto, juegos de manos, carreras y apuestas.
En su investigación sobre los litorales novohispanos y el mar como espacio social, la historiadora Guadalupe Pinzón refiere a cómo los puertos de la Nueva España eran pequeños y poco poblados debido a las reportadas malas condiciones del clima y los mosquitos. Incluso, en el caso de Veracruz, durante buena parte del siglo XVIII, la feria comercial se trasladaba a la ciudad de Xalapa. Pero no ocurría así en Acapulco, donde más bien se apresuraban las transacciones. En esta ocasión, cuenta Gemelli que el calor y los mosquitos iban cobrando sus facturas: “entretanto, moría todos los días de un mal casi contagioso mucha gente de la armada del Perú, y tanta más cuanto que el aire nocivo y el demasiado calor de Acapulco no permitían a los enfermos el menor alivio”. Para colmo, los sismos habituales de esa zona, también se hicieron presentes. “Son tan frecuentes estos terremotos en Acapulco que es preciso hacer bajas las casas.”
Para el 7 de febrero, se había descargado el último fardo del galeón, es decir, el último paquete. Gemelli dice que incluso los cargadores hicieron el juego de transportarlo como si fuera un féretro y cantándole como si fuera un funeral. Señal de que la feria, con apenas dos semanas de haber iniciado, estaba entrando a su fase final, aunque no dejarían de llegar más comerciantes. El viajero italiano comenzó, entonces, sus preparativos para viajar a México; entre estos, alquiló tres mulas de las que sería responsable de mantener durante el trayecto que sería acompañado por su propietario.
El viaje de Gemelli a México empezó, como se dijo, hasta el 18 de febrero. Su primera parada fue apenas a media legua: la aduana de Acapulco. Ahí presentó a los guardias su “boleta del castellano”, el documento que le permitía el ingreso a la Nueva España y que había conseguido apenas unos días antes con las autoridades del puerto. No pudo seguir adelante ese día porque al dueño de las mulas le surgió un negocio más y hubo que esperarlo. Para su desgracia, en esa noche aún costeña “le chupó la sangre una legión de moscos”.
El calabrés fue dejando atrás el puerto con su calor y sus mosquitos. En el camino de once días conocería el río Papagayo, Mezcala, Chilpancingo, Alpuyeca y Cuernavaca, entre otros poblados. Cazaría chachalacas y faisanes. Los indígenas le darían a probar por primera vez la tortilla de maíz, frutas de la región y el pulque. Conocería una mascarilla para la cara que los habitantes de Chilpancingo se preparan a base de una flor amarilla para mantener el cutis. Le tocaría frío, después calor y otra vez frío y más calor. Nunca dejará de comparar el clima con lo que vivió en ese invierno acapulqueño. Y, en tanto, nos dejó una muestra de lo cerca y de lo lejos que estaba la cabeza de la Nueva España de su principal feria del Pacífico.
En tanto, en Acapulco: “terminada la feria… se retiran los comerciantes españoles, como también los oficiales reales y el castellano, a otros lugares, por causa del mal aire que reina en aquel, y así queda despoblada la ciudad”. “Por estas causas no habitan allí más que negros y mulatos… y rara vez se ve en aquel lugar algún nacido en él de color aceitunado”.