Un basilisco en la Lagunilla
En 1793 corrió el rumor de que en la Lagunilla había un basilisco que mataba a quien se acercara, desatando el pánico en la ciudad de México. Aunque no pasó a mayores, este caso muestra algo sobre cómo circulaban no solo las noticias sobre monstruos, alimentadas por la naciente prensa y el imaginario popular, sino también su escepticismo. Las fronteras entre superstición, curiosidad y ciencia apenas comenzaban a trazarse.
Un basilisco en la Lagunilla
Diario de José Gómez, mayo de 1793
Cuenta José Gómez, alabardero del virrey, que “a fin de mes de mayo de 1793 se soltó una mentira y fue que en el barrio que llaman la Lagunilla, se había aparecido un basilisco que mataba a la gente que se acercaba a dicho paraje, por lo que escandalizó a toda la ciudad; pero esto fue levantado por gente vulgar”. Desafortunadamente no proporciona más detalles sobre este asunto y no parece haber más información al respecto. En todo caso, nos brinda una idea de cómo funcionaban estos rumores en la ciudad de México de finales del siglo XVIII y de la actitud que podrían tenerse frente ellos. Gómez, por lo pronto, se mostró enfáticamente escéptico de la presencia de este monstruo.
La existencia de estos seres fantásticos tenía diferentes lecturas que, además, en ese tiempo habían dado un giro. Si bien siempre ha habido curiosidad y miedo por ellos, al menos en el siglo XVI se escribieron diferentes bestiarios y tratados que buscaban registrarlos como un hecho mezclado entre lo natural y lo sobrenatural. La suma de largas tradiciones escritas y orales desde la Antigüedad había dejado un catálogo de monstruos entre los que se encontraba el basilisco: una enorme serpiente venenosa, capaz de matar con su sola mirada y a la que a veces se le añadían otros atributos como alas, crestas y pico. A lo largo de los siglos, las discusiones y posiciones sobre éste y otros monstruos iban por el origen de su existencia. Desde el escepticismo y uso literario y metafórico hasta aquello llamado “teratología” -el estudio de malformaciones congénitas- se podía distinguir entre aquellos seres que serían agentes demoníacos de los que, sin manifestar directamente al mal, sus características anómalas se explicaban como castigos divinos. Así, el basilisco o formas cercanas a éste solían ser utilizadas en la representación del infierno o como demonios.
Para el tiempo de José Gómez, una actitud naturalista -por no decir, científica- iba ganando terreno al menos en el ámbito de las personas letradas. Se trataba, pues, en primer lugar, de acreditar su verdadera existencia y, en caso de que esto se cumpliera, se registraban sus características con una actitud más taxonómica que supersticiosa. Pero había un nuevo actor: la prensa. La historiadora Alejandra Flores de la Flor ha revisado el tratamiento que recibieron los monstruos en los periódicos y gacetas del mundo hispánico que comenzaron a surgir a lo largo del siglo XVIII y particularmente en los tiempos en los que escribía Gómez su diario, la Gazeta de México ocasionalmente daba noticias de seres fantásticos aparecidos en otras partes del mundo.
Una muestra de la actitud escéptica se vio en esos mismos años. En un número de marzo de 1789, la Gazeta reprodujo una noticia que había sido impresa en Palermo el año anterior. Se trataba de “un formidable y horroroso animal silvestre que fue visto y muerto en los montes y sierras de Jerusalén”. La nota describe a una bestia quimérica compuesta de elementos de muchos animales, incluyendo al basilisco, y que estaba aterrorizando aldeanos en Tierra Santa. Sin embargo, para el siguiente número, el editor tuvo que hacer algunas aclaraciones, pues al parecer alguien le habría notificado que aquella historia era idéntica a una de 1725. En su respuesta, el editor señaló que simplemente se copió fielmente la relación de Palermo y que no correspondía al periódico ser “fiador de la noticia”. Pero añadió que con eso “responde a las varias preguntas impertinentes que se le han hecho, así sobre su verdadera o falsa existencia, como de otras menudencias que no apuntándolas dicha relación, él no puede adivinarlas”.
Es probable que nuestro alabardero, José Gómez, fuera un lector de la Gazeta, pues en algún otro punto de su diario la menciona. Y, a la luz de lo que escribe sobre el basilisco de la Lagunilla, es también probable que fuera uno de esos lectores críticos. Por otro lado, había desde antaño una tradicional actitud escéptica sobre las publicaciones de los periódicos en Nueva España. Por ejemplo, tan solo en sus inicios en 1722, la Gazeta de México apenas duró unos meses ante la reacción crítica de sus desconfiados lectores.
Pero si bien sobre un monstruo tan lejano y quimérico como el de Jerusalén hubo, por lo menos, dudas, tanto la Gazeta como el mismo Gómez no consiguieron separar del todo la actitud naturalista sobre los seres que nacen con malformaciones o anomalías congénitas, de la creencia en los monstruos. En otras partes de su diario, Gómez narra con grande impresión, desagrado e incluso temor, sobre animales deformes o incluso sobre noticias de personas siamesas. Digamos que apenas comenzaba o se retomaba una nueva forma de distinción entre la teratología como pensamiento científico y la superstición.
De cualquier forma, un basilisco pudo haber aparecido por el rumbo de la Lagunilla en 1793. Casi exactamente dos siglos después, en México y otros países de la región se corrió el rumor de que una bestia extraña atacaba al ganado y a animales domésticos: el llamado chupacabras. Esa historia tuvo, incluso, mayor tracción que la de 1793. No sabemos si al llamarlo “basilisco”, Gómez está recogiendo el término que los habitantes de la ciudad de México emplearon para nombrar a la bestia o si es suyo; o si lo utiliza como una suerte de referencia genérica para llamar a un tipo de monstruo que, para él, ya solo forma parte de las leyendas y supersticiones. Tal vez con Gómez estamos mirando ya el ocaso del basilisco como referencia de la cultura clásica para nombrar a estos demonios, pero no de estos pánicos y rumores de peligrosas bestias sobrenaturales que surgen de vez en cuando.